dimarts, 6 de desembre del 2016

Ruta "Últimas tardes con Teresa"



La ruta comenzó en la parada del metro del Carmelo, situada en una calle inclinada como la mayoría de las calles de este barrio. Acompañada de Maria y Eva, echamos a andar hacia arriba, a diferencia del resto de compañeros que se dirigieron hacia abajo. Nos detuvimos en el muro que se muestra en la fotografía de la derecha para echar unas fotos del dibujo, en el que se puede leer: "No tinguis por que mai no serem vells, emigrarem d'arreu com els ocells cap on la parla és solament un mot".


Después de mirar el mapa de todas las maneras posibles, decidimos subir la calle aún más si cabe, preguntando a la gente que encontrábamos cómo llegar a los búnkeres. En nuestra caminata a la deriva, dimos con un lugar inesperado: la Biblioteca Juan Marsé. Detrás del edificio, pudimos disfrutar de unas vistas interesantes: por un lado las colinas y por otro las casas del barrio. Además, encontramos a una señora muy amable que se ofreció a acompañarnos un trozo del camino, hasta llegar al Santuario de Nuestra Señora del Monte Carmelo.


A partir de este momento, se unieron a nosotras algunos compañeros como Raúl, Víctor, Gerard y las hermanas Ballesteros que, optimistas, confiaron en nuestro escaso sentido de la orientación. Así, prácticamente en manada, seguimos caminando durante un buen rato, nuevamente preguntando cada dos por tres cómo llegar a los búnkeres. Más tarde descubriríamos que teníamos una de las etapas de la ruta delante de nuestras narices y no le habíamos echado cuenta.

Subimos muchísimas escaleras hasta llegar a un lugar bastante alejado de los edificios, rodeado de árboles y con un camino pedregoso. Resoplando por el esfuerzo (sobre todo Eva, que padece una extraña asma),  nos acercamos a una señal, y descubrimos que habíamos llegado, nada más y nada menos, que al Monte Rovira. No había ni rastro de los búnkeres por allí. Hicimos uso entonces de las nuevas tecnologías para poder encontrar el camino de vuelta.





Sin embargo, aunque nos habíamos equivocado, valió la pena subir hasta allí solamente por las vistas.



Guiándonos por las indicacions del GPS del móvil, bajamos por otras escaleras, cruzamos un club de petanca y observamos atentamente una larga fila de motos aparcadas, una al lado de la otra, sin poder evitar pensar que quizá Manolo hubiera robado alguna. Finalmente, llegamos a la solitaria calle Gran Vista.









Al final de la calle, casualmente encontramos otra etapa de la ruta (la que anteriormente he dicho que teníamos delante de nuestras narices): el bar Delicias.  En este punto de la ruta tuvimos un momento de confusión, ya que estábamos meditando hacia dónde ir cuando dos compañeras, Marta y Maria Sorolla, cruzaron temerariamente la calle y nos dijeron que se habían perdido en el Parc Güell, que era otra de las etapas de la ruta. Así, decidimos ir a visitar el parque primero.


Personalmente, creo que esta fue una de las mejores partes de la ruta, ya que encontramos a una mujer de origen vasco llamada Mariadela, acompañada de dos perros, Zor y Jack, que se ofreció voluntariamente a guiarnos por los interminables caminos del parque. Mariadela nos explicó que ella estaba jubilada, pero que había ejercido de profesora de literatura y que, naturalmente, conocía tanto la obra de Juan Marsé como la de Mercè Rodoreda. La mujer se interesó mucho por las rutas que estábamos realizando y le pareció una forma interesante de trabajar ambas novelas.
En un momento dado, las hermanas Ballesteros se quedaron atrás, de modo que nuestro macrogrupo se disolvió durante un rato. Mariadela nos hizo bajar por unas vertiginosas escaleras y nos dio indicaciones para llegar a la salida del parque, las cuales seguimos a raja tabla. Llegamos a la famosa plaza del Parc Güell, donde las vistas de Barcelona eran hermosas, y recibí una llamada de Raúl para saber dónde estábamos. El reencuentro fue posible gracias a la gorra de Gerard, que se veía a lo lejos.

Tras caminar por los lugares más recónditos del parque, conseguimos encontrar la salida. Fue entonces cuando nos dimos cuenta de que nos faltaban algunas etapas del recorrido, pero cuando vimos que faltaba un cuarto de hora para reunirnos todos en la Plaça Lesseps, decidimos ir directamente hacia allí, ya que sino no nos daría tiempo porque el rodeo que debíamos dar era impresionante.

Aquí acabó la ruta literaria de Últimas tardes con Teresa. Debo decir que ya en esta primera parte de la excursión acabamos con los pies molidos. Por suerte, habíamos saciado el hambre con unas galletas.

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